La industria automotriz es un
terreno implacable, sin pausas ni segundas oportunidades. Aquí, cada error
cuesta caro, y las debilidades son expuestas sin piedad. En este juego
despiadado, Nissan parece haber perdido el rumbo, atrapada en una espiral
descendente desde el escándalo del Ghosn-Gate.
Las señales siempre estuvieron
ahí: fallos mecánicos recurrentes, actualizaciones de modelos que parecían más
maquillajes superficiales que verdaderas renovaciones —como ocurrió con el
último Z— y promesas que siguen sin cumplirse, como el eterno retraso del nuevo
GT-R.